Vistas a la página totales

LA LUNA EN EL ESPEJO


LA LUNA EN EL ESPEJO 
Que la Luna se pose sobre un espejo dentro de una cabaña es algo extraño. Eso puede pasar en un lugar a cielo abierto y despejado, pero en la que vivía Ana solía pasar y, además, ocurrían cosas mágicas. El espejo era el único lujo de esa casa, donde todo era rustico, por lo que la niña lo cuidaba como si fuese un tesoro. Es que era su único bien y siempre estaba colgado a un costado de la cama y enfrentado a la única ventana que daba luz al cuarto. 

La austera casa de Ana estaba ubicada en uno de los tantos cerros de Tandil, en la provincia de Buenos Aires, y justo donde se cruzan dos caminos, uno de los cuales lleva al centro de esa ciudad, por lo que había un tránsito de cierta importancia. Por allí había llegado uno de los tantos corredores de comercio, y que se detuvo a comprar un par de quesos de cabra y huevos que la chica vendía en un improvisado puesto frente a su casa. El hombre al verla sola, decidió obsequiarle uno de los espejos que llevaba a la ciudad, y entonces al ver su imagen reflejada, se sintiera acompañada, aunque le advirtió que poseía poderes mágicos sin explicar más nada.
Ana era una niña de tez morena y negra cabellera, que pasaba horas peinándose frente a ese espejo. No solamente se posaba frente a él para acomodar el cabello, también conversaba con la imagen que este le devolvía. Sin embargo en la noche, por la falta de luz, su imagen en el vidrio se veía desdibujada y fantasmagórica, aunque ella se había habituado también a verse así. Su casa, situada sobre un terreno pedregoso, impedía a sus dueños todo tipo de cultivo que le permitiera ayudar a la economía familiar, por lo que solo contaban con unas gallinas y cabras, que les abastecían de huevos y leche con la que luego elaboraban quesos. De la fabricación de los quesos se ocupaba su mamá, mientras ella recolectaba los huevos, para luego vender ambos productos en el puesto montado frente a su propia casa. En eso la niña ocupaba su tiempo, ya que no podía ir a la escuela. En cambio su padre trabajaba en una de las canteras de piedra cercana, y solo por la noche estaba en la casa. Así era la vida de esa familia, pero Ana quería algo más para ellos.
Era esa la razón por la que noche a noche se posaba frente al espejo y le confesaba sus penas y escasas alegrías. Una de esas noches que muy triste estaba, le contó a su espejo que le gustaría tener una muñeca de compañera tras lo cual, se acostó a dormir en su cama, ubicada debajo de la única ventana del cuarto y enfrentada al espejo. En momentos que estaba profundamente dormida, una fuerte luz plateada ilumino su cuarto y, de pronto, la redonda y sonriente cara de la Luna se posó sobre el espejo. Ana despertó asustada, pero al ver el sonriente y plateado rostro de la Luna se calmó. Corrió hasta la imagen pero fue inútil porque pronto desapareció y el cuarto quedó a oscuras, aunque al volver a su cama, encontró en ella una muñeca de cara angelical y larga cabellera, con la que se volvió a dormir abrazándola. Por la mañana, emocionada la mostró a sus padres que no encontraban explicación.
Aunque en el aire flotaba la incógnita de lo que había ocurrido, los días y las noches se sucedieron en la calma habitual del lugar. Sin embargo, meses más tarde hubo otro hecho que los sorprendió. En una de sus charlas con el espejo la niña pidió que su padre dejara de trabajar en la cantera para que pudiera estar más tiempo en la casa. Fue entonces que, la Luna apareció nuevamente una noche sobre el espejo despertando a Ana. Esta vez no se levantó, aunque la saludo desde la cama. Algo había pasado y lo noto a la hora que su madre ordeñaba las cabras. Estas duplicaron la cantidad de leche que daban habitualmente, mientras que los huevos de las gallinas también se duplicaron. Sorprendida, Ana se preguntaba qué hacer con todas esas cosas, aunque pronto encontró la respuesta, salir a la ciudad a venderlos. Así lo hizo. La mamá fabricaría más quesos y junto con los huevos lo trataría de ubicar en el pueblo. La producción crecía al igual que la demanda, por lo que su padre dejó la cantera y también salió a vender esos productos. Con las ganancias obtenidas fueron mejorando el rustico lugar.
Construyeron una cas más cómoda vistiendo de flores todo el lugar. El tiempo pasó y Ana ya era una mujer. Fue por esa razón que una noche confió a su espejo que le gustaría tener a su lado un hombre que la cuide y quiera. Durmió deseosa que se le cumpla el pedido. Esa noche pasó sin novedad, por lo que anduvo triste todo el día. Al llegar nuevamente la noche se acostó más temprano que de costumbre. Durmió tan profundamente que no se enteró que la brillante y redonda Luna se posó en el espejo por unos instantes. Al canto del gallo se levantó y salió al pueblo a vender los huevos y los quesos. Por la tarde mientras regresaba, se le acercó un apuesto joven que pidió acompañarla. En principio dudo, pero cansada de hacer el recorrido sola acepto, por lo que caminaron juntos contándose cosas de cada uno. El camino se hizo corto, aunque ambos hubieran querido que fuese más largo, por lo que prometieron encontrarse al día siguiente. Ana pensó que su sueño comenzaba a realizarse, por lo que a la noche se durmió hablando con su espejo que le devolvía su rostro de niña enamorada. Los encuentros se repitieron una y otra vez, hasta que llegó el primer beso. Más tarde hubo promesas de amor eterno y pedido de matrimonio.
El día de la boda no hubo muchos invitados. Solo su familia a y el cura del pueblo que llegó por la noche a celebrar la unión de la pareja, mientras la luz de la Luna iluminaba la escena. La historia de Ana, el espejo y la Luna había llegado al pueblo y comentaban que quienes habitaran un tiempo en ella tendrían la misma suerte de esa familia, mencionando al lugar como “La casa de la Luna en el espejo”. Tiempo después la pareja refaccionó el sitio y levanto varias habitaciones como la de Ana, aunque con una pequeña diferencia: la Luna fue dibujada con pintura plateada sobre el vidrio y guiñando uno de sus ojos. Desde entonces las habitaciones siempre están ocupadas, pero no se supo si se repitieron historias como a la de Ana en ese lugar que llaman “La Posada de la Luna en el espejo”. Quizás un día nos enteremos de otra historia parecida.

 sciosciagerardo@gmail.com

Comentarios

Entradas populares

ENFERMERA, Poesía dedicada a las enfermeras y enfermeros en su día, Por Gabriel Tejo

FERIA INTERNACIONAL DE COLECCIONISMO DISCOGRAFICO

Se presentará el libro "La discriminación: una forma de violación a los derechos humanos"

Google