CINETECA
VIDA
Presenta
TEMPORADA
2012
Ciclos
de cine en el mes de abril
Este
año nuestras funciones serán
los
días MARTES a las 20 hs.
Martes 10 de abril
EL
BELLO SERGIO
Dirección, guión y productor:
Claude Chabrol
Título original: Le beau
Serge
Fotografía: Henri Decaë, Jean
Rabier / Música: Émile Delpierre
Sonido: Jean Claude Marchetti
/ Montaje: Jacques Gaillard / Maquillaje: Lucette Deus
Elenco: Gérard Blain, Jean-Claude Brialy, Michèle Méritz, Bernadette Lafont,
Claude Cerval, Jeanne Pérez,
Edmond Beauchamp, André Dino, Michel Creuze,
Claude Chabrol, Philippe de Broca
Origen: Francia / Año: 1958 /
Duración: 98 minutos
SINOPSIS: François regresa a su pueblo natal en Francia tras una década de
ausencia.
Nada más llegar nota que el pueblo no ha
cambiado demasiado desde su partida, pero sí la gente, especialmente su viejo
amigo Serge, quien se ha convertido en un desagradable borracho. En honor a esa
vieja amistad que les unía años atrás, François averigurará lo que le sucedió a
Serge para que se convirtiera en ese tipo de persona y también le prestará su
ayuda para sacarlo de ese estado. El primer largometraje de Claude Chabrol
ocupa un lugar importante en la hisoria del cine mundial.
COMENTARIOS: Esta película, sobre el regreso de un hombre enfermo a su pueblo
natal, significa –para la mayoría- el arranque oficial de la Nouvelle Vague. El
rodaje con escasos medios es todo un ejemplo para el resto de cineastas del
movimiento. Chabrol utiliza la herencia que acaba de recibir su mujer y crea la
compañía AJYM (siglas del nombre de su esposa, Agnes y el de sus hijos
Jean-Yves y Matthieu). El resultado es una película muy simbólica y algo torpe
en su realización, pero entusiasta y con mucho atractivo. El aún rudimentario
Chabrol se arma de toda su cinefilia para rodar con algunos encuadres barrocos
a imagen y semejanza de Orson Welles. La osadía de sus planos se agradece hoy
en día casi más que en el estreno. Los fallos en la trama y en el ritmo se
perdonan por la singularidad de esta cinta con respecto al resto de su obra.
Chabrol un apasionado por el cine: en El Bello Sergio es director, guionista,
productor y hasta actor. Las ganas de hacer cine destacan sobre todo lo demás. Ese
arrebato por fotografiar una historia, en parte autobiográfica, es la que le
lleva a caer en un exceso metafórico. Francois regresa a Sardent (el pueblo
donde se rueda la película) para recuperarse de la tuberculosis que sufre desde
hace tiempo. Allí se encuentra con sus amigos de la infancia: Serge y Marie.
Descubre que Serge se ha quedado atrapado en el pueblo desde que dejó
embarazada a Yvonne. El matrimonio forzado y el nacimiento de un hijo
deficiente, y su posterior muerte, no han hecho más que empeorar las cosas y
provocar la caída en picado de Serge que se consume poco a poco en alcohol. La
película se convierte en el Vía Crucis particular de Francois que se sacrifica,
y pone en peligro su vida, para salvar a su amigo. La parte final del filme es
demasiado explícita: cruces en las ventanas, alambradas de espinas, apaleamiento
del protagonista y conversaciones con el cura del pueblo se vuelven, paradójicamente, contra la
Iglesia. Chabrol recuerda la raíz de la religión católica y la posición actual
tan lejana del clero. De hecho, el director francés declaró que lo poco de
cristiano que le quedaba se esfumó con esta película.
Martes
17 de abril
LEJANO
Dirección, guión y productor:
Nuri Bilge Ceylan
Título original: Uzak /
Fotografía: N. B. Ceylan / Montaje: N. B. Ceylan y Ayhan Ergürsel / Director de
arte: Adnan Sahin Sonido: Ismail Karadas y Erkan Aktas / Música: W. A. Mozart
Productora: NBC Ajans, NBC
Film
Elenco: Muzaffer Özdemir, Mehmet Emin Toprak, Zuhal Gencer, Nazan Kirilmis,
Feridun Koc,
Fatma Ceylan, Ebru Ceylan,
Bahaltin Surler, Nazli Aydin, Engin Hepsev, Ercan Kesal,
Asli Orhun, Ahmet Bugay, Arif Asçi, Cemal
Gülas, Ahmet Özyurt, Erhan Ersoy,
Hakan Kuldan, Ayhan Ergürsel.
SINOPSIS: Lejano / Uzak cuenta
la historia de Yusuf, un joven
trabajador de una fábrica que pierde su trabajo y viaja a Estambul para quedarse
con su pariente Mahmut, mientras encuentra un trabajo. Mahmut es un fotógrafo
intelectual y rico, mientras que Yusuf es analfabeto e inculto, y no se llevan
bien entre los dos. Yusuf piensa que encontrará fácilmente un trabajo como
marinero, pero no hay trabajo, y él no tiene ninguna iniciativa ni energía. Por
su parte, Mahmut, a pesar de su riqueza, también se encuentra sin norte: su
trabajo, que consiste en fotografiar azulejos, es aburrido y muy poco
artístico, y apenas puede expresar emociones hacia su ex esposa o su amante, y
mientras finge disfrutar con directores de cine intelectuales como Andrei
Tarkovsky, cambia a los canales pornográficos tan pronto como Yusuf deja la
habitación. Mahmut intenta establecer vínculos afectivos con Yusuf y retomar su
amor por el arte llevándole a fotografiar el hermoso campo turco, pero fracasa
en ambas cosas. Al final de la película, Yusuf se marcha sin avisar a Mahmut,
quien se ha ido a sentarse a los muelles, a ver los barcos solo.
COMENTARIOS:
por David Obarrio
No
sabemos nada del cine turco. O prácticamente nada. Hasta hace algunos años,
cuando como una exhalación apareció Ceylan, sabíamos todavía menos. Su nombre
se impuso rápido, tanta era la avidez de conocimiento acerca de qué se cocinaba
en Turquía como fuerte es la pasión por la novedad que anima a los buscadores
de pepitas de oro para presentar, convenientemente arropadas, en los festivales
de cine. A partir de aquel momento el hombre es un abonado, su carta de
ciudadanía se exhibe en el firmamento de los cineastas consagrados.
Pacientemente desde entonces, Ceylan nos ha enrostrado su falta absoluta de
complacencia y su mala onda, es decir, su cine. No está mal. Sus planos son de
una belleza extrema (el tipo es un consumado fotógrafo, además) y todo el
tiempo se advierte la astucia del esmerado artista que hay detrás de la cámara
en pos de su objetivo: cómo lograr mostrar el mayor grado de irritación por el
mundo y por todo lo que hay en él con la mayor plasticidad visual posible. No
se sabe si el director encontró la fórmula definitiva pero es probable que haya
logrado algo que se le parece bastante. Las largas tomas de Lejano proporcionan
un placer estético inusual con el que la película consigue llegar a un acuerdo
provisorio con la aridez de su argumento, no sabemos con cuánto de
autobiográfico. En una zona acomodada de Estambul, un fotógrafo de mediana edad
vive rutinariamente, solo en su alma. Alguna vez quiso ser un artista de la
fotografía; también tuvo mujer y amante. Ahora no aspira a nada ni tiene a
nadie y solo se deja estar mientras el mundo discurre a su alrededor, cada día
un poco más viejos los dos.
¿Se
trata en verdad de un mundo en descomposición o un mundo prescindente, es decir
una representación que continúa tan tranquila su curso cuando nos hemos bajado
ya del escenario? La amargura de Lejano es intensa. Precisamente, está marcada
por la ausencia o la imposibilidad de todo contacto, por el fracaso ontológico
de toda relación, con las cosas o con el otro. Solo parece quedar una mímesis
de humanidad en la película, los restos fósiles de una forma de estar en el
mundo, apenas atisbados en el horizonte de la memoria: un juego de espías en el
que el ser amado pertenece casi al orden de lo fantasmático, como figura que se
nos escapa, siempre a un punto de desmaterializarse delante de nuestros ojos;
un vestigio que si acaso es capaz de conservar algo de su antiguo esplendor
vital es solo porque una parte de nuestra voluntad (aunque sea ínfima) porfía
desesperadamente para que así sea, embarcada en una especie de militancia de la
preservación en la que el cuerpo ausente se confunde con la materia siempre
decepcionante del sueño. Como si fuera un experto en movimientos sísmicos,
Ceylan parece empeñado en auscultar el mundo. O mejor, Estambul, o sea una
porción perpleja del mundo, debatida entre el viejo oropel de un fasto oriental
que se agita en el recuerdo y este occidente desdeñoso al que se ha accedido a
hurtadillas a través del patio trasero. El director mira con atención las
oscilaciones de una tierra negra para ver qué encuentra, a ver qué clase de
revelaciones le salen al cruce.
Es
que en Lejano importa menos la figura del artista paralizado en sus impulsos
creativos, en su falta de estímulos o de señales de inspiración, que la del
hombre anclado en el vacío de un presente sin fondo: de algún modo (parece que
Ceylan siempre lo hubiera sabido, a juzgar por sus películas), el tiempo
presente desconectado, convertido en un fragmento volátil del universo, produce
zombies, que gustan de entregarse al vagabundeo eterno o a la contemplación
acrítica de lo que los rodea: Mahmut, el protagonista de Lejano, mira un video
de Stalker, de Andrei Tarkovsky, como si fuera un autómata. Solo Ceylan, en su
papel de demiurgo cruel, en verdad un poco fatuo en el ejercicio severo de su
potestad (un “lesser god”, diría Tenessee Williams) parece advertir la rabiosa,
desesperada comicidad de la escena, en la que se conectan “la zona” del
director ruso y esta ciudad en la que, como en la Edad Media, el blanco representa
a la muerte, pero que carece por completo de misterio alguno, básicamente
porque no hay deseo sino aquel constituido como reflejo que se satisface a
escondidas, cambiando inopinadamente a Tarkovsky por una película porno en la
media luz del living.
Entonces,
recapitulemos brevemente. Mahmut es un burgués, ex artista, que se gana la vida
en una ciudad cosmopolita fotografiando baldosas para una compañía
constructora. De golpe, le cae en la casa Yusuf, un primo llegado de algún
pueblo de provincia. El visitante está sin trabajo y no parece que vaya a
encontrarlo en lo inmediato. Como en una comedia frustrada, en la que la risa
se suspende arrepentida en la garganta, o se sustituye por el desasosiego que
irrumpe como producto de la súbita evidencia del absurdo de la existencia, los
dos hombres viven observándose mutuamente, recelosos e incómodos, incapaces de
generar entre sí la menor corriente de afecto. En Lejano, todo sentimiento
parece un signo de interrogación, un secreto que los hombres intuyen en los
intersticios de la cotidianeidad pero del cual no alcanzan a obtener un
significado cabal, como si se tratara de los caracteres danzantes de algún
idioma antiquísimo al que es imposible reconocer por más empeño que se ponga en
la empresa.
De
modo correlativo, el director turco parece querer conjurar un mundo de
espectros en continua errancia por el paisaje blanco de Estambul en invierno.
Yusuf sigue a una vecina por plazas y paseos, para terminar observándola
escondido atrás de un árbol cuando ella parte de la mano de su novio. Más
tarde, la figura helada de Yusuf se recorta contra la ruina imponente de un
barco encallado en el Bósforo, a un tris de dar una vuelta de campana. Lejano
se trata de impotencia, frustración e impasibilidad ante un mundo cuyos signos
se vuelven inteligibles sin que se pueda hacer nada para remediarlo. Solo que
al revés que en el optimismo celebratorio de su compatriota Orhan Pamuk
(levemente oportunista, todo hay que decirlo), para Ceylan la memoria no
alcanza a alumbrar el presente, a darle un poco de calor a la trágica
experiencia diaria en la que cada objeto ofrece testimonio de la lógica
incomprensible de la vida, sino que por el contrario insiste en operar como
punción, como dolorosa confirmación y clausura de un presente sin punto de fuga
a la vista. Cuando es Mahmut el que espía esta vez a la que fue su mujer (y a
quien sigue amando, claro), lista para tomar un avión junto a su marido, parece
advertirse definitivamente el paso irremisible del tiempo. El hombre supo ser
hace muchos años una persona que ya no es. Ahora es un fantasma al que solo un
hilo delgado conecta aun con el mundo. La película de Ceylan es el registro
minucioso, casi obsceno en su precipitada insistencia, de cómo todo en derredor
adquiere un rostro hostil mientras la insatisfacción se vuelve metástasis, una
criatura maldita que avanza ciegamente para acabar de devorarnos incluso cuando
estamos soñando.
Martes
24 de abril
LA
CINTA BLANCA
Dirección
y guión: Michael Haneke
Título
original: Das weisse Band / Fotografía: Christian Berger / Montaje: Monika
Willi / Vestuario: Moidele Bicke / Producción: Stefan Arndt, Veit Heiduschka,
Margaret Menegoz y Andrea Occhipinti / Diseño de producción: Christoph Kanter /
Productora: Coproducción Alemania-Austria-Francia; Les Films du Losange, Wega
Film, X-Filme Creative Pool
Elenco: Ulrich
Tukur, Susanne Lothar, Burghart Klaußner,
Josef Bierbichler, Marisa Growaldt, Michael
Kranz, Steffi Kühnert,
Ursina
Lardi, Janina Fautz, Michael Schenk, Jadea Mercedes Diaz, Sebastian Hülk,
Leonie Benesch, Leonard Proxauf, Christian Friedel,
Theo
Trebs, Enno Trebs, Maria-Victoria Dragus, Anne-Kathrin Gummich, Sara
Schivazappa, Kai-Peter Malina, Vincent Krüger, Ole Joensson,
Lilli Trebs, Paraschiva Dragus, Levin Henning, Aaron
Denkel,
Leonard
Boes, Hanus Polak Jr., Marvin Ray Spey.
Origen:
Alemania / Año: 2009 / Duración: 145 minutos
SINOPSIS: La gravedad del tema y el apabullante acabado formal –soberbia puesta
en escena, magnífico casting, deslumbrante fotografía, rigurosa dirección,
espléndido montaje- han granjeado a “La cinta blanca” el calificativo casi
general de “obra maestra”. Pero Haneke, como ya ocurriera en “La pianista”,
está lejos de la grandeza, porque es mezquino con sus mezquinos personajes.
Afirma el director que su tarea es plantear preguntas y dejar que el espectador
busque sus propias respuestas; pero las respuestas son obvias cuando se hurta a
los personajes la posibilidad de elegir. “La cinta blanca” no es en rigor una
película, sino una foto fija de una época, un mundo y unos seres despreciables.
No hay acción en ella, y por tanto tampoco tensión ni evolución posible en la
mera descripción de unas vidas condenadas, desde el comienzo, a cumplir una
existencia miserable. Haneke transforma la indudable influencia del ambiente y
la educación en puro determinismo moral, sin tener siquiera la generosidad de
colocar a los protagonistas –con una única excepción- ante una simple
disyuntiva que muestre la existencia, detrás de la fachada de la podredumbre,
de un mínimo grado de conciencia, sentimientos o libertad de acción. No se
trata de pedirle que se convierta al humanismo de Renoir o Kurosawa, pero sí de
que sea justo con sus criaturas y sus espectadores. La innegable potencia
visual de esta película –no exenta, por lo demás, de cierto manierismo, por
ejemplo en el abuso del fuera de campo, o en la sórdida representación del
sexo, marca de la casa- consagra y refuerza el horror, pero también oculta la
pereza del autor para indagar más allá de lo evidente: que la violencia engendra
violencia y el mal nace del mal. Y ello es importante, entre otras cosas porque
acusar del surgimiento del nazismo a los padres de la generación que lo abrazó
-sugiriendo que, visto cómo fue educada, no podía sino acabar como acabó- y
negando por tanto la existencia del libre albedrío, es, como poco, simplista.
Y, como mucho, peligroso. (por Daniel Andrea)
1913-1914
Extraños acontecimientos, que poco a poco toman carácter de castigo ritual, se
dan cita en un pequeño pueblo protestante del norte de Alemania. ¿Quién está
detrás de todo esto? Los niños y adolescentes del coro del colegio y de la
iglesia dirigido por el maestro, sus familias, el barón, el encargado, el
médico, la comadrona, y los granjeros conforman una historia que reflexiona
sobre los orígenes del nazismo en vísperas de la Iº Guerra Mundial.
Sinopsis: Alemania, 1913. Un pueblecito protestante del norte continúa con su
vida cotidiana poco antes de que la I Guerra Mundial sacuda a todo el
continente. El barón, el encargado, el médico, la comadrona, los granjeros...,
todos tienen una historia detrás y un vínculo en común: la pertenencia de sus
hijos al coro del colegio y la iglesia. Una serie de extraños acontecimientos
comienzan a perturbar la tranquilidad de los habitantes, mientras los pequeños
son educados en valores cada vez más absolutos.
La
ganadora de la Palma de Oro en Cannes 2009 es una inquietante reflexión en
blanco y negro sobre los orígenes del fascismo. Dirigida y escrita por el
polémico realizador alemán Michael Haneke, "La cinta blanca"
transcurre en un pueblo alemán que, en 1913, comienza a vivir extraños sucesos
con la apariencia de castigos rituales. El director de "La pianista"
y "Funny games" sigue la historia de los niños que cantan en los
coros, así como la extrema rectitud de los valores en los que son educados.
Pero, ¿hay algún culpable detrás de todo ello? Haneke habla de los ideales
impuestos y la educación, todo ello siguiendo dos constantes en su filmografía:
la violencia y la culpabilidad.
El
elenco, bastante coral, ha sido elegido en función del parecido de los actores
con las fotografías de la época. Entre los afortunados, Susanne Lothar (El
lector), Ulrich Tukur (Edén al Oeste), Josef Bierbichler (The Bone Man) y
Steffi Kühnert (En el séptimo cielo). "La cinta blanca" logró el
premio FIPRESCI, también en Cannes 2009, y tres galardones en los Premios del
Cine Europeo: mejor película, mejor director y mejor guión. Además, ha ganado
el Globo de Oro a la mejor película extranjera y ha sido premiada en San Sebastián.
CRITICA: En la asfixia de una sociedad enferma y devaluada a costa del desgaste
de la infamia, callan los adultos y los niños de "La cinta blanca",
en un espectáculo dantesco de represión, ira incontenible, rencor y frustración
perpetua. Los grimosos inquilinos del último prodigio cinematográfico de
Haneke, son primos de los dos malnacidos asalta chalets de "Funny
games", o del psicópata clandestino que grababa la perpleja y asustada
vulnerabilidad de Danielle Auteuil y Juliette Binoche en "Caché". Nuevamente
esgrimiendo un catálogo portentoso de sutilezas, un magisterio de la sugestión
al alcance de casi nadie, el cineasta austriaco radiografía el esqueleto
putrefacto de la sociedad alemana de preguerra, del modelo social y educativo
que alimentó las brasas de una insólita tolerancia al totalitarismo, a golpes
de vara, de desprecios y castigos inmisericordes.
"La
cinta blanca" es una película de tempo lento; y sin embargo es
absolutamente envolvente, del primer al último plano; nos duele en lo más hondo
habitar en su inenarrable crueldad subterránea, pero una vez dentro no queremos
abandonarla, porque somos conscientes de cuán difícil será encontrar en años un
pedazo de cine que diseccione con tan espeluznante lucidez los rincones más
oscuros del alma humana, aquellos que supuran pus y alumbran bestias y
fantasmas, en el mismísimo umbral de la cordura. Al calor de un prodigioso
equilibrio rítmico, lo nuevo de Haneke desmenuza su inapelable terror coral, en
una película microcosmos que florece entre semillas de maldad venidera e
inevitable.
Haneke
habla de las aguas aquellas que trajeron estos lodos, en la Alemania pre-nazi,
sí, pero también en otras muchas desgraciadamente incontables, porque su
monumental película es un el espejo atroz de las raíces en las que germina el
odio, la violencia del desencanto, y la inhumanidad ante el panorama de los
ideales torcidos, del pensamiento único, de los dogmas de fe sociales y
políticos en una olla a presión de moralismo tóxico que brilla con inenarrable
luz en la elocuencia de un blanco y negro´dreyeriano´ que te pasa por encima
como un tren de mercancías.
Cine
de ése elocuente que plantea mil preguntas incómodas sin tomarnos por idiotas
incluyendo las respuestas en el pack, "La cinta blanca" es una de las
mejores películas estrenadas en nuestros cines en los últimos, muchos, años.
Verla te deja muy tocado, te la llevas a casa y la rumias del derecho y del
revés, y bajo la rotundidad aterradora del impagable discurso la memoria recrea
durante muchos días las imágenes devastadoras y maravillosas a un tiempo de una
película que apunta maneras de imperecedera.
CRITICA 2: “La cinta blanca”, la perversidad del alma
Michael Haneke lleva más de dos décadas
indagando, sin descanso, en el mismo tema: las raíces del fascismo. Para
algunos analistas investiga sobre la violencia, pero en realidad su búsqueda es
más compleja, más nítida y más apasionante que esa que, en cierto modo, buscan
todos los artistas, pues investigar sobre la violencia (que en sí misma no es
dañina), es investigar sobre la miserable condición humana. Pero Haneke ya da
por sentada esa condición, y lo que quiere es que nos preguntemos, como él
mismo, de donde proviene tanta crueldad, tanta ignorancia, tanta barbarie.
Esa
es la razón de su quehacer como cineasta, que desde la fundacional ‘Funny
Games’, es un quehacer admirado por todos los espectadores que no se contentan
con la representación de los resortes del horror predigeridos provenientes del
otro lado del charco, si no que están dispuestos a que les provoquen una
despiadada lucha consigo mismos, desprovistos ya de héroes, de finales felices,
de lugares comunes, de asideros morales y de redenciones que no pueden aportar
nada a quien las contemple, más allá de una evasión de este mundo (que es, casi
siempre, el peor imaginable), y una mentira perpetuada por cineastas bien
pagados, que cumplen su función de títeres, de urdidores de falsedades
confortables. Sin embargo, existen cineastas de un coraje ilimitado, que
aprecian al espectador lo bastante como para ponerles un espejo en la cara y
mostrar así los abismos de la perversidad. Michael Haneke es uno de ellos.
Magistral
relato, muy intrincado, pero resuelto con precisión y contención formal
apabullantes, ganador con todos los merecimientos, en el último Festival de
Cannes (parece un chiste de mal gusto que se estrene nada menos que siete meses
después) de la Palma de Oro y del premio FIPRESCI, y, hace pocas semanas, del
premio a la Mejor Película Europea. Haneke alcanza su cumbre con este filme,
después del coherente y escalonado discurso que ha ido elaborando en la pasada
década con, sucesivamente, ‘Código desconocido’, ‘La pianista’, ‘El tiempo del
lobo’ (la menos interesante, pero no por ello desdeñable, de todas), ‘Caché’ y
el remake americano de ‘Funny Games’, y que le ha convertido en el eminente
cineasta que ahora es.
En
un idílico pueblo protestante del norte de Alemania tendrá lugar una serie de
acontecimientos misteriosos y brutales, narrados por una voz en off
perteneciente al maestro del lugar, un anciano que cuenta la historia
“parcialmente, de oídas”, y que en la época en que se sitúa la acción cuenta
con treinta y muy pocos años. En parte, investigará los sucesos, de modo que el
personaje funciona al mismo tiempo como narrador y como artífice del parcial
desvelamiento de los misterios (palizas, incendios, accidentes incomprensibles)
que sacuden la conciencia de todo el pueblo y amenazan con minar la autoridad
de los poderes establecidos. Haneke irá tensando la cuerda lenta pero
implacablemente, haciendo malabares una vez más con nuestras expectativas y
dejándonos desamparados y exhaustos en la conclusión.
Porque
de tensar la cuerda se trata. Su condición de inmenso flash-back y la
formalización que Haneke lleva a cabo de los conflictos y peripecias de un
grupo de más de veinte personajes entrelazados con virtuosismo, distanciada y
aparentemente gélida, se ve contradecida por un magma subterráneo de mentiras,
atrocidades y secretos a voces, cargas de profundidad invisibles pero cuya
hedionda verdad termina por traspasar los poros de la cotidianeidad, para
instalarse por siempre en la retina y en la memoria del espectador, que
desprevenido por la apariencia de normalidad baja la guardia y se ve atrapado
por las redes de Haneke. Un ejercicio de geométrica exactitud que primero se
toma su tiempo para establecer situaciones, relaciones y réplicas, para
terminar en un crescendo de barbarie desoladora.
Se
ha emparentado esta película con ‘Escenas de caza en la Baja Baviera’
(Fleischman, 1969) y el parentesco no es lejano, pero por su riguroso y
formidable blanco y negro, obra de Christian Berger, por la hondura y exactitud
de sus imágenes, por la cercanía geográfica y cultural, no me parece
descabellado asumir su paralelismo con la obra maestra de Dreyer ‘Ordet’,
aunque si bien en aquella se trataba de la búsqueda y confirmación del mundo
espiritual, en un diálogo insuperable con Dios, en esta se trata de la búsqueda
y confirmación de la maldad en estado puro, de los brotes de lo que luego será
la cantera de criminales más despiadados de la historia, en un diálogo
insuperable con el Diablo, que dejó el huevo de la serpiente en todos nosotros.
Es
fascinante el modo, completamente creíble, en que Haneke establece un efecto
mariposa capaz de unir, como si fueran vasos comunicantes irremediables, los
hechos del pequeño pueblo apartado del mundo con el asesinato del archiduque en
Serbia, que propiciaría la I Guerra Mundial. Para Haneke, que como todos los
grandes artistas sabe que todos estamos interconectados, más que casualidad,
hay una dinámica causa-efecto que algunos llaman predestinación y que no son si
no el inefable destino del ser humano, en el que si algo puede ir mal, irá
peor.
Zarandeados
por este vendaval de gran cine no queda si no rendirnos a la evidencia. Es la
mejor, la más valiente, arriesgada y notable película de 2009.
Por
Adrián Massanet /enero de 2010
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