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JIJIJI (TRES)


Jijiji (tres)
Menos que intemperie

Hay un beso. Estrella fija del amor plural.

En la fotografía blanco y negro no hay nadie. El veredón desierto, las tres columnas de los faroles art-decó surgiendo sobre la línea del horizonte, la inmensidad del mar prolongándose en la del cielo.
El lunes me desperté pasado el mediodía. La resaca del finde no se había ido, la nube de silencio que siempre parece estar cubriendo los días de enero, tampoco. Me dí una ducha para recuperar algo de salud. Le alcancé su ración al Cumpa y tomando unos mates, abrí la casilla. Allí estaba el correo de Victoria, el archivo comprimido con sus fotografías de Mar del Plata, el mensaje arrancándome la más genuina sonrisa de historieta.
Algo se terminaba, algo comenzaba, algo se movía y era tan nuevo que ninguna palabra podía domesticarlo.
Descargué el archivo con ansiedad. Me había dicho que para estar más segura jamás sacaba una sola toma. Esta vez había sacado una secuencia de 24, había disparado desde el mismo lugar, tirada en el piso.
Victoria, interminable historia breve. Varias citas y todo eso. La excusa era encontrarnos por trabajo, nuestra acercada intemperie era un placer, no queríamos arruinarla con promesas extinguidas.
¿Acaso la piel es el único territorio de la ternura?
El último martes había sido en la plaza Alberdi. La virtuosa condición de la lluvia transformó una mesa de “Don García” en una isla perdida del Caribe. Dos vasos y una Quilmes hacían distancia, pero Victoria desbordaba las dimensiones, como si cuerpo y belleza fueran insuficientes para colmar su ser.- No pensés con palabras, es mejor que procures ver la imagen -me dijo. ¿Kerouack no había escrito algo parecido? No sé, no estoy seguro, la chabona insistía en putear la cámara digital que le había regalado Claudio, en que todo era una cuestión de poesía, en que cuando más tiempo le daba en la batea a los negativos, más oscura le salía la foto, que tenía que darle el tiempo justo para engancharla como quería.
El tiempo haciéndose beso.
Nos despedimos después del segundo porrón. Ella se iba a la costa atlántica a pasar las vacaciones con su pareja, quedamos en vernos después, en hablarnos para seguir con el trabajo.
Y desafiante, allí estaba el archivo de imágenes descargándose en la pantalla de mi soledad. Las imprimí del tamaño de una copia directa y las fui pegando junto al escritorio. Muestras de la misma esencia, me trasladaron a Godard y a su “verdad 24 veces por segundo”. Cuando terminé de fijarlas, hubo una que sintetizó a las demás, a todo. La secuencia del deseo estaba condensada en ella y dejaba salir del papel toda la furtiva circunstancia posterior al movimiento.
La imagen, un beso entre el infinito y su mirada.
No sé cuánto tiempo estuve mirando esa copia, releyendo el mensaje. Las palabras, la imagen, se continuaban como el cielo y el mar. Una instantánea de lo siempre presente, cambiando.
Victoria y la contradicción digital regalada por su novio. La imaginé acechando la oportunidad inasible del crepúsculo en aquel territorio donde todo podía darse. El cielo de un celeste muy pálido, muy parecido a cuando está casi nublado y la multitud de veraneantes desapareciendo, haciéndose a un lado entre el Hotel Provincial y el Casino, para que esa luz casi Paul Delvaux despojara las sombras de nuestros juguetes perdidos.
Victoria por un instante había tenido ganas de cantar la misma canción olvidada, había sido atravesada por el mismo deseo desposeído, ese que nadie sabe dónde mierda nace y zozobra en los labios.
El mensaje decía: “Esta mañana me desperté haciendo el amor con Claudio. Pero después me agarraron unas ganas animales de darte un beso, de partirte la boca, quise sacarle una foto a esa pasión que no se podía estar quieta en mí y salió esto. Mientras te adjuntaba el archivo me dí cuenta: una pareja siempre son tres”.
ENVIADO POR HUGO ALBERTO OJEDA

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