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LA LEPRA ES SALUD


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Una querida camiseta de central
La Lepra es salud / Últimos trabajos
Junio 2, 2009
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Un día compré una camiseta de Sin Aliento. Lo hice por amor a una mujer inolvidable, la Vivi.


Morocha, cero siliconas, una hembra desbordante, peronista y canalla, era abogada y escribía, trabajaba en una oficina del IPEC, siempre me chicaneaba por mi condición de leproso libertario. Entre los dos surgió ese roce que sólo es sano si se culmina transpirando en las mismas sábanas. La lectura de sus poemas fue la excusa inicial para jugar nuestro clásico. - Te tengo miedo a vos y a esas locas ideas de contar - me dijo en el bar de Italia y San Lorenzo. La Vivi estaba del otro lado de la mesa, era el día más frío del año y viernes. Entre la Vivi y yo había una pila de fotocopias y el cosito ese lleno de sobrecitos de azúcar y edulcorantes. La mesa estaba como escondida, casi en la penumbra, al lado de la puerta que da por Italia. - Yo no sé qué puede sentir alguien que lea esto y no conozca lo que es vivir en el silencio, en silencios grosos, propios y ajenos, lo que es apropiarse de ellos y hacerlos suyos. O tal vez sean los silencios los que se apropian de mí - siguió diciendo. Ella estaba separada pero tenía una pareja eventual, yo también. La moza se acercó, dejó dos pocillos de café y dos vasitos de soda. Atardecía, el día se iba, el bar se transformó en un aquelarre de treintañeras, brujas de 5 escobas preparando conjuros para la noche del viernes. Pero nuestra mesa era una isla, un universo de un metro cuadrado. Le repetí que no era ningún crítico, sólo era un lector voraz que a los 10 años había leído media biblioteca del viejo. Que escribía por un destino de soledad. - Lo mío es silencio, no soledad. Hay un no poder decir que a mí me acompaña de toda la vida, te diría. Por ese no poder decir tantas cosas durante mi infancia adolescencia a la que la militancia de mis padres me llevó. Yo les digo a los pibes de Hijos que ellos son hijos de desaparecidos, pero hay muchos más que somos hijos del silencio. La Vivi hablaba y la soledad del mundo desaparecía. Los pocillos seguían llenos y sus ojos café me miraban brillando como un sol anunciando el nuevo día. - Soy mediocre para opinar, a veces un bruto, será porque se me mezclan las cosas, mis opiniones siempre serán anarco leprosas. Me siento un caradura total intentando, ¿qué?, ¿comentarte lo que leí, si me parece bueno, malo o regular? - le dije. Una alegría resplandeció entre los dos. - Nunca se logra hablar de lo que se ama - pude decir al fin sin confesarle que era una cita de Roland Barthes.Ella le dio la primer pitada al pucho que estaba encendiendo y se rió como si fuera la primera vez. Con ese raro encanto indecible que parece dominio sólo de las chicas peronistas y que encima, son de Central. Alcé mi pocillo, el café se iba a enfriar. Entonces, la Vivi me detuvo con una caricia. - Si tomamos el café no vamos a tener tiempo. Vamos - dijo y las palabras bailaron en el borde sus labios.- ¿A dónde? - le dije sin entender.- A hacer el amor, tarado. Mi ex se llevó las nenas a la Isla de los Inventos y a las nueve tengo que estar de vuelta en mi casa - remató. Pagué y salimos sin esperar el vuelto. Un taxi parecía estar esperándonos frente al quiosco que está junto a donde venden loterías. Subimos. Fue ella la que le ordenó al taxista que nos llevara rápido al telo más cercano. Fui yo el que, cuando pasamos por esa casa de ropa deportiva, le dijo al chofer que parara y compró de raje una camiseta de Central. Se la regalé, es una forma de decir. La Vivi no resistió la tentación de vestirla cuando estuvimos deliciosamente solos. Lo nuestro fue un empate glorioso, pusimos todo en el encuentro. Al despedirnos se la pedí. Todavía la guardo, es lo único auriazul que me da algo de ternura. ¿Acaso los jugadores no se cambian las camisetas después de un buen partido?

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