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CUENTO


Luis siempre había soñado, y mucho. Soñaba tanto y tan intensamente que cada noche se convertía en aquello que soñaba. De pequeño, sus padres pronto se acostumbraron a encontrar en su cuna cada mañana al ir a despertarlo, en vez de a un bebé dormido, una pelota roja con estrellas doradas, un biberón con leche calentita o un sonajero de brillantes colores.
Pero a Luis este hecho nunca le preocupó demasiado hasta que conoció a María, se enamoraron y decidieron casarse. Entonces la noche antes de la boda Luis decidió contarle lo que le sucedía ya que no quería comenzar su vida en común con un secreto. María sonrió, le cogió la cara con ambas manos y besándole suavemente los labios dijo: - No te preocupes, que con amor y confianza todo se puede.
Y así fue en un principio. A María le parecía incluso gracioso despertarse en medio de la noche y encontrar a su lado, en la cama, un elegante zapato negro de salón, un enorme ramo de rosas rojas salpicado de gotas de rocío o un unicornio blanco con las crines azules. Hasta que una noche, Luis se despertó sobresaltado por unos gritos de terror. Abrió los ojos y encontró a María agazapada en una de las esquinas del dormitorio, muerta de miedo. Aquella noche, Luis había tenido una pesadilla, y por mucho que le preguntó, no consiguió que ella le contara en qué se había transformado.
Así que a la mañana siguiente decidió ponerle remedio al problema y fue al pueblo vecino a visitar a un viejo tío suyo que era médico, mago e inventor. Le contó lo que le había pasado y su tío sin decir una palabra se dirigió a la alacena, sacó de allí un tarro de cristal de tamaño mediano que contenía unas pastillas cuadradas y transparentes y se lo dio a Luis. Éste lo abrió, cogió una de aquellas pastillas y cuál fue su sorpresa cuando al mirarla al trasluz vio que contenía un pequeño hombrecito que lo saludaba con la mano. Solo entonces su tío le dijo: - Cada noche, antes de acostarte, tómate una de estas pastillas y cuando duermas, será el hombrecito quien sueñe y se transforme y no tú.
Así lo hizo, y la tranquilidad volvió a la casa de Luis y María. Pero a medida que fue pasando el tiempo, María iba notando a Luis cada vez más triste. Le preguntó qué le sucedía y al principio él únicamente le daba excusas: que si estaba muy cansado, que si había tenido un mal día, que si había regañado con un compañero de trabajo… hasta que ya no pudo engañarla más y le contó la verdad: - Desde que tomo las pastillas mis noches son páginas en blanco. Antes los sueños me permitían vivir otras vidas, viajar a lugares a los que sé que no iré jamás, convertirme en otros seres… pero ahora eso se acabó y todo se ha convertido en algo gris, en rutina y monotonía.
María no dijo nada, pero a la mañana siguiente se levantó temprano y se dirigió al pueblo vecino a visitar al viejo tío de Luis que era mago, médico e inventor. Le contó su nueva situación y el viejo tío le guiñó un ojo y sonriendo le dijo: - No te preocupes, que con amor y confianza todo se puede. Entonces abrió un cajón de la mesita del salón y sacó de allí una caja redonda de lata que le tendió a María. Esta la abrió y vio que contenía unas pequeñas pastillas irisadas en forma de lágrimas. – Vete a casa y dile a mi sobrino que deje de inmediato las pastillas que le di, y empieza tú a tomar las que acabo de entregarte, y ya me contaréis qué tal os va.
Así lo hizo María, y desde entonces Luis volvió a soñar y a convertirse cada noche en un elegante zapato negro de salón, en un enorme ramo de rosas rojas salpicado de gotas de rocío y en un unicornio blanco con las crines azules, pero a ella no le importó, porque a partir de entonces María se convertía en el pie que calzaba el elegante zapato negro de salón, en el fino jarrón de cristal tallado que contenía el enorme ramo de rosas rojas cubiertas de gotas de rocío y en la amazona de cabellos de fuego y ojos marinos que cabalgaba furiosamente en el unicornio blanco de crines azules.
Y es que se querían tanto, que ni siquiera en sueños, querían estar separados.

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