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BACK IN BLACK


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Back in black
Menos que intemperie

Volé mil ciudades sin oír tu luz.Esta madrugada nos tropezamos en la Terminal. Vos te ibas, yo llegaba. Algo nuestro se tocó en el instante inverosímil. Mientras el saludo nos evitaba en la incomodidad. Te acercaste a preguntarle algo al chofer del siguiente andén. Yo busqué refugio en la multitud.Lineal. A veces me gustaría que el tiempo fuera como se lo imagina la mayoría de la gente: lineal. Una ruta sencilla del antes, el ahora y el después. Pero es una piel desconcertante y múltiple, una red tejida con adelantos y superposiciones en el telar del destino y la voluntad. Así que, entre altavoces y gente de videoclip, los recuerdos se presentaron a cobrar sin hacer cola. Mejor escrito, un solo recuerdo: el de nuestra primera cita.Zooropa. La noche aquella, cuando llegamos a la vereda del boliche en calle San Martín, la banda ya estaba tocando mucho.- Recién empezó – nos dijo el quía de la puerta.Bajamos los peldaños de esa escalera borrosa y sólo tuvimos mirada para la música. El pogo era como lo nuestro: irresuelto, algo que no terminaba de cuajar. La Blusera estaba ahí, gastándose todo. Un viernes sin casi nada de ese toqueteo gestual del hacinamiento festivo. Poca gente, buena onda y demasiadas potras medidas. Los punteos de la primera viola, la voz aguardientosa de Adrián Otero todavía no le había hecho el chivo a Macri y nos amparaba de la miseria cotidiana. El contacto, tus caderas, tu pelo negro. Tu fragancia rozándome como esa gota de agua que horada la roca. Sólo a mí: el hálito de lo inasible haciéndose carne. Esa otra parte que no podemos dejar de buscar, de presentir y que. No se vende en los shoppings ni en las paradas de viejos limones. El piano tecleó la diferencia.- Estoy bien -Dijiste y te abriste en un abrazo. Un presente eterno y tu boca siempre con gusto a mar y tabaco. Eso que sólo existe si se puede compartir. El blues o la pasión.- Voy a buscar una cerveza.
Dijiste y desmesurada mujer para un solo cuerpo. El balanceo de tu espíritu en el barrio de tu vestido fue a perderse en la bruma indecisa de la barra. Unas minitas bailaban su histeria al borde la tarima, trayéndome imágenes de otros boliches y otras noches. El saxo de Mataderos le sacaba llamas a la brasita famélica que podía ser lo nuestro. Un patovica estaba charlando cerca de un espejo. Con esa cara de simio rubio incompleto, ese traje que jamás le luciría propio y los mocasines relucientes.Volviste con las latitas de Quilmes y con lo que no está. Otro beso y otra vez la sorpresa del contacto primal. La cerveza, como olas empujando deseos. Las ansias en mis manos saliendo al encuentro, disolviendo dudas. Empezando a perderse por sedas, licras y piel hacia la interminable humedad del laberinto de tus gambas. Sonreíste. El saxo hizo mierda aquella nostalgia de vasos quebrados. Dejaste de ser esa extraña clase mujer a la que hay que demostrar la ocasión del fuego.Una comunión, el mismo baile: la gente, Menphis, la cerveza, nosotros.- No me aguanto más – susurraste en mi oreja. Tu lengua.Y me llevaste ya no quiero acordarme a dónde.Para que algunos años después yo empezara a escribir este cuento en mi libretita negra, sentado sobre mis valijas, mientras espero el remis.Y mi ciudad, con algo de celos, no le dio tregua a mi regreso. Rosario me recibió con esa mirada nuestra y huidiza. Desbordando por los ojos del tal vez y el demonio del cristal mostrándonos la belleza ida. Podríamos haber tenido sólo aquella noche. O cuatro años soportando menopausias, sinusitis y cuñados fachos en fiestas de Año nuevo.No puedo entender cómo Menphis me conmovió alguna vez. Estoy enamorado de Amy Winehouse y la reventada mujer de mi presente hace vibrar al universo.Tal vez nuestra pasión fue menos que literatura. Será por eso que nos tropezamos y seguimos de largo, como si no hubiera quedado un sentimiento sano en nuestro breve y profundo pasado. Un algo de afecto que nos diera motivos sinceros para agitar una mano, dejarnos ir en una sonrisa.

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