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TONIO EL PEQUEÑO TIMONEL


TONIO EL PEQUEÑO TIMONEL 
 La lancha amarraba en la banquina de Mar del Plata, con la bodega repleta de cajones con pescados. En cubierta, un par de hombres movían esos cajones, mientras entonaban canzonetas que les traían recuerdo de su tierra natal ¨L` Italia ¨. Esa tarde, en la barca ¨Bella Nápoles ¨era todo alegría, porque no recordaban desde cuando no había una buena zafra de peces como ese día. Entre los cajones apilados en el muelle asomaba la carita de ¨Tonio¨, quien con sus diez años quería salir a navegar como su abuelo y su padre. Pero debía espera unos años más para hacerlo. 

 Mientras aguadaba ese momento, el niño se conformaba con verlos trabajar, mientras aprendía a reparar redes, ya que luego de cada jornada había que revisarlas y arreglar, si era necesario. Sin embargo, lo que más lo hacía feliz, era cuando su padre lo dejaba subir a la ¨Bella Nápoles¨ y entonces simulaba ser su patrón. Tomaba el timón y daba órdenes al resto de los tripulantes, que le sonreían, al verlo actuar así. ¨Algún día tendrás tu propio barco¨ le decía Giuseppe, su papá mientras le acariciaba en la cabecita. Terminada la descarga del valioso producto logrado en la dura jornada de pesca, el niño también ayudaba a limpiar todo con agua dulce. Concluidas todas las tareas, Tonio corría a contarle a su mamá Ángela todas sus hazañas y, si bien esta, lo escuchaba con atención, en su rostro había un gesto de disgusto, al pensar que su hijo también podría ser robado por el mar, como le robara a esposo y suegro, a los que noche a noche esperaba angustiada, cada vez que ambos salían de pesca. Además tenía otras razones: había perdido un hermano y a su padre cuando naufrago el barco ¨Ángela Madre ¨durante una fuerte tormenta y sus cuerpos nunca aparecieron. Pero el niño ya había elegido seguir los pasos de su padre y su abuelo Antonio que en Italia había sido marinero, actividad que continua ejerciendo con su hijo Giuseppe en Mar del Plata.
 A diario el chiquilín se escapaba de su casa para ver desde la banquina, la llegada los pequeños barcos amarillos. Desde allí también aguardaba la llegada de la ¨Bella Nápoles¨ que no era más que un viejo barco de madera, el que cada vez que las olas chocaban contra su casco crujía como para romperse. Al verlo aparecer en el horizonte, lo esperaba sentado en uno de los cajones vacíos, de esos que nunca faltaban en el puerto. Mientras se acercaba, Tonio podía ver a su abuelo haciendo las maniobras de amarre de la nave y, a su padre, en la timonera. Ya en el muelle, su abuelo le arrojaba un cabo para que lo ate al noray y sujetar el barco. Después los tres regresaban a la casa donde su padre relataba las alternativas de la jornada de pesca y luego el pequeño le trasmitía a su madre todo lo que había sentido estar dentro de la timonera de esa pequeña nave, aunque enorme para un chico de tan solo unos diez años. Así transcurrían los días de esos rudos hombres de mar, pero Ángela no quería s que su hijo fuera pescador, porque en ella estaba presente la tragedia que enluto a su familia y de allí su enojo cada vez que se escapaba al puerto.
 Entre medio de redes, nasas, sogas, boyas, olor a gas oíl, relatos verídicos y otros fantasiosos de los hombres de mar, Tonio llego a los doce años de edad. Desde entonces, sus escapadas al puerto eran cada vez más frecuentes y allí se mesclaba con los hombres de mar, escuchando con atención los relatos fantasiosos de esos pescadores. Los hubo sobre la pesca de enormes peces, de inexplicables rotura de redes, pero también de como capear un temporal en alta mar. Allí también aprendió de tantos términos marinos como por ejemplo, rolar, ir al garete, varar y saber lo que es un ancla de mar, una restinga, como también a conocer las partes de un barco, como la proa, la popa, la crujía, manga, puntal o quilla. Tanto había aprendido que él, ya se consideraba un experto marinero.
 Una tarde que estaba en la banquina viendo como la ¨Bella Nápoles¨ se aprestaba a soltar amarras, su abuelo Antonio se sintió mal y prefirió quedarse en tierra. Por esa razón, cuando Tonio le pidió embarcarse, Giuseppe evaluó que las buenas condiciones meteorológicas no ofrecían peligro para la navegación y entonces, acepto llevarlo. La brisa era leve y el mar tranquilo. Minutos después zarpaban rumbo a la zona de pesca, distante a unas cuatro horas de navegación. Luego de lanzar las redes, el clima fue cambiando, aunque no había que preocuparse, porque en alta mar solía pasar. Hubo varios lances de redes que siempre se recogía repleta de peces, por lo que pronto completaron la carga. Tonio, con habilidad inusitada, realizaba las tareas que solía hacer su abuelo en cubierta y, que ese día, se había quedado en tierra. Pronto la leve brisa se convirtió en fuerte viento y se apresuraron las tareas para retornar al puerto. Esa noche su madre no durmió. Por eso, cuando el imprevisto viento sudeste sacudía todo lo que encontraba a su paso, Ángela se fue a la banquina para ver si había amarado la ¨Bella Nápoles, pero la nave no había regresado aún, y eso la inquieto. Al viento intenso se le sumó una fuerte lluvia lo que hacía presagiar una tragedia pues no tenía noticias del pesquero.
 Entretanto en alta mar la cosa se complicaba para los dos tripulantes de esa frágil embarcación. Cerrada la escotilla y levantadas la red y el ancla, comenzaba el retorno en medio de ese temporal que nadie esperaba. Las olas barrían la cubierta y el barco se movía al ritmo de las mismas, alzándolo y dejándolo caer de nuevo sobre las aguas ennegrecidas por la noche. Giuseppe obligó al niño a sujetarse con una soga, mientras trataba de mantener el rumbo del barco, que parecía romperse por la furia de la tempestad. Frente a la imposibilidad de mantener su dominio sobre su embarcación, decide pedir auxilio por radio, pero esta se había inutilizado, luego que, un golpe de agua rompiera el vidrio de la cabina de mando y cayera sobre el trasmisor. Todo era viento y agua y por eso, decide que todo lo que pudiera ir dentro de la bodega, debía colocarse allí, tarea que encargó realizar a su pequeño hijo que estaba asegurado con una soga. También amarro en cubierta los objetos pesados. El barco no dejaba de rolar y cada ola que chocaba contra las cuadernas parecía que estaban pronto a romperse. Giuseppe que no se había atado a la timonera como se aconseja en esos casos, en uno de los tantos brincos del barco, resbalo dando su cabeza en un ángulo de la pequeña cabina. El fuerte golpe lo dejó inconsciente por varios minutos. Al ver a su padre en el suelo, llegó como pudo hasta él y con otra soga lo ato, asegurando el otro extremo en una cornamusa, con el propósito de que el agua que barría la cubierta, no lo arrastrarse al mar. Por un tiempo, la embarcación se mantuvo a la deriva. Superándose al miedo que le producía esa situación y limitado por la soga a la que estaba atado, al pequeño se le ocurrió parar el motor e improvisar sendas anclas con dos tambores vacíos y así, evitar que el barco sufriera una vuelta de campana. Los sujetó fuertemente, al tiempo que el otro extremo de la soga lo ato a la embarcación, para luego arrojar uno de ellos estribor y el otro a babor, para que se llenasen con agua y se hundieran. Así resistirían el temporal.
 Luego de poner en práctica lo que había aprendido escuchando a otros pescadores y totalmente mojados, Tonio busco refugiarse en la cabina del capitán junto a su padre, ya que allí estarían un poco más reparados del viento y el frio. En el puerto, su madre se encontraba desesperada porque ninguno de los pescadores que habían retornado antes del temporal pudo dar noticias sobre la ¨bella Nápoles¨. Ángela no hacía más que implorarle a la virgen Stella Maris, patrona de los pescadores, que los retornaran sanos y salvos.
Dentro del pequeño habitáculo de la timonera Y protegidos del viento, -pero no del agua que entraba por el vidrio roto - los dos pescadores esperaron que la tormenta amainara, cosa que ocurrió con el correr de las horas. La noche dejo paso a las primeras luces del día y, al tiempo que cesó el viento, renació la calma. Aunque Giuseppe se había recompuesto del golpe, aún no estaba en condiciones de hacerse cargo de la nave, por lo que Tonio fue el nuevo timonel. Puso en marcha el motor diesel, cortó la soga que sujetaba los tambores usados como anclas, escucho algunos consejos de su padre y comenzó a navegar, en principio con rumbo incierto, pero luego de varias maniobras con el timón, puso proa al puerto. Salvados de un seguro naufragio, padre e hijo deseaban estar ya en tierra firme.
 Con sus ropas totalmente mojadas y soportando un frio que laceraba sus cuerpos, solo esperaban rencontrarse con sus familiares en el puerto marplatense, de donde hacía más de veinticuatro horas habían partido. En tierra, la madre que seguía con sus plegarias, pronto vio en el horizonte la silueta de la ¨Bella Nápoles¨ y se puso a llorar, aunque esta vez de alegría. A medida que la imagen del pesquero se agrandaba, Ángela pudo ver a su esposo en cubierta y a su hijo Tonio dentro de la timonera conduciendo el barco. Lo que pudo ser una tragedia comenzaba a tener un final feliz, porque su hijo supo aplicar todo lo aprendido durante las escapadas que enojaban a su madre. Así, sin quererlo, el pequeño se había convertido en un héroe, al salvar a su padre y el barco, en el que siempre había soñado estar.
 En tierra firme los tres se confundieron en un prolongado abrazo, mientras un grupo de pescadores que también hicieron vigilia junto a Ángela vitoreaban a Tonio. Solamente porque quería ser como ellos, es que a diario se escapaba de su casa para estar mezclado entre los hombres de mar y ahora, se sentía uno de ellos. A partir de ese salvamento su madre entendió que esa era su destino y nunca más lo reprendió. Tiempo después, su padre logro un permiso para que embarcara con él y entonces serían tres navegando en la ¨Bella Nápoles¨.

 sciosciagerardo@gmail.com

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